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Pasaje a la India

Drama. Aventuras Adaptación de una novela del escritor inglés E. M. Forster. India colonial, años 20. Adela, una joven inglesa, viaja a la India, en compañía de su futura suegra, para contraer matrimonio con un magistrado de Chandrapore. La joven está obsesionada por conocer a fondo la realidad del país y encuentra la oportunidad de satisfacer su deseo gracias al doctor Aziv, un médico hindú. Sin embargo, cuando éste organiza una excursión para ... [+]
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Críticas 38
Críticas ordenadas por utilidad
31 de agosto de 2006
82 de 96 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los productores británicos Richard Goodwin y John Brabourne especialistas en películas de lugares coloniales y exóticos, no dudaron en llevar a la gran pantalla una muy buena novela de E. M. Forster que transcurría en la India colonial británica, para ello contaron con el más grande los directores británicos de todos los tiempos (y Alfred Hitchcock) David Lean para que hiciera una versión del libro y nos dejara su testamento cinematográfico con más de 70 años. La novela de Forster es quizá más simbólica que la versión de Lean. La película es inferior a las anteriores superproducciones, quizá un buen guionista (Lean no lo era) hubiese sacado mayor partido del texto de Forster. A la película le falta fuerza y le sobra pretenciosidad.
David Lean quería hacer la película definitiva sobre la India y además de no conseguirlo, ya que cada vez se va pareciendo más a un drama judicial que a una película antropológica y a Lean lo que le importa son los ingleses más que los indios. De todas formas su maestría consigue trasladar al espectador a un cine que ya se hacía ni siquiera por aquel entonces.
Los actores no corren igual suerte mientras que Alec Guiness, actor fetiche de David Lean, naufraga en el papel de brahman hindú y no resulta en absoluto creíble, lo que fue en aquel momento su retirada aunque volvió a trabajar unos años después, James Fox fue rescatado para este film ya que estaba olvidado para el cine y a partir de ahí se ha convertido en un actor que no le ha faltado trabajo, siempre correcto de la escuela de teatro pero sin ser un monstruo de la escena, el papel de acusado en el juicio corresponde al indio Victor Banerjee que apenas supuso un pequeño empujón en su carrera que posteriormente no cuajó, por cierto en la película está excesivamente histriónico, las chicas en cambio están mucho mejor, la australiana, jovencita entonces, Judy Davis hace una gran interpretación que le valió la nominación al Oscar y ser desde entonces habitual de las películas de Woody Allen y Eastwood o los hermanos Cohen entre otros. Peggy Ashcroft, una veterana actriz ya fallecida, recibió el Oscar a mejor actriz secundaria por su papel, y aunque lo hace estupendamente suena más a reconocimiento de la Academia a una actriz un premio a toda una vida más que a la película en sí.
La fotografía es correcta de Ernest Day pero sin llegar a ser a sacar todo el partido de la luz de la India y de sus colores, por lo que teniendo el material que disponía tan solo aprueba. La música de Maurice Jarre es maravillosa y tuvo un Oscar muy merecido aunque se echa de menos que no suene más a lo largo del film.
Película fatigada, que no fatigosa, tremendamente clásica en su concepción de hacer cine, evidentemente envejecida para el año 1984, pero que se echan de menos en la actualidad trabajos tan pulcros como los del señor Lean, pero que aunque buena es como el animal que aparece en la película un elefante, que se dirige lentamente al cementerio
vircenguetorix
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22 de enero de 2008
46 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras la sutil expresión de una sexualidad apabullante que se resiste a sí misma, el maestro David Lean se despide del cine para siempre. El fracaso de La hija de Ryan, estupenda e incomprendida, le alejó de las cámaras 14 años. Volvió con esta obra singular, misteriosa, fascinante, en la que no habría conflicto si la protagonista, sensible, inteligente, deseosa de abrirse al mundo de otra civilización y predispuesta a repudiar la estupidez burguesa que la rodea, hubiese sido capaz de aceptar su sexualidad en lugar de ahogarla.
Si ella, con todo ese cargamento "intelectual" formidable hubiera tenido un ápice de sangre caribeña con la que susurrar el deseo al hombre escogido, entonces no habría conflicto, no habría drama, ni gran novela de E. M. Forster (1870-1970), otro inglés que padeció —desde la homosexualidad— el castigo feroz de la represión sexual.
Con este material, David Lean mima una historia de pequeños detalles, sin la menor grandilocuencia. Después de Lawrence, Zhivago y Ryan, vuelve a las intimistas historias de sus comienzos, se decide por el exclusivo espectáculo interior de almas en pugna con sus cuerpos, del presente en pugna con la memoria.
A tal punto evita el gran despliegue que ni siquiera aprovecha las lluvias monzónicas, todo es austero, reconcentrado, mientras en el fondo de los cuerpos fatigados se ruegan besos que no llegarán jamás... para "casi" nadie.
James Fox, Peggy Ashcroft, Judy Davis y el admirable indio Saeed Jaffrey junto a magníficos secundarios interpretan de modo encomiable esta historia de choque de civilizaciones con canción de amor impronunciable.
El único que no responde a las expectativas habituales es el maestro Maurice Jarre, menudo cansancio tendría que repite la sintonía de La hija de Ryan como si lo supiera porque apenas se muestra. Pero, bueno, nadie es perfecto, y la película está más allá del bien y del mal.
David Lean la realizó en el 84, murió en el 91, tras largos dimes y diretes con las compañías de seguros que no querían cubrirle un proyecto más ambicioso que todos los anteriores: nada menos que Nostromo, la impresionante novela de aventuras de Joseph Conrad. Los de seguros tenían razón, Lean murió antes de empezar a rodar o los primeros días. Tenía 83 años. Nos dejó una buena cantidad de excitantes películas sobre el amor entre amigos y amantes, todos personajes interesantes, tratados con imaginación y sensibilidad, incluso cuando les rechaza ideológicamente, nunca se perdía en maniqueísmos empobrecedores. Era, sobre todo, un creador humildemente sabio.
David Lean ha muerto: ¡Viva David Lean!
horacio
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12 de julio de 2014
20 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sabido es que el tiempo, medida de todas las cosas, altera a menudo el sentido de los hechos. Hay imágenes, figuras y personajes del pasado que, con los años pierden toda vigencia y, como máximo, permanecen como curiosos fósiles de la cultura, con frecuencia maltratados por el presente. Otros, en cambio, ganan en poder revulsivo y son relanzados gracias, precisamente, al descubrimiento de aquellos escondidos valores tardíamente advertidos y que han adquirido relevancia con el correr del tiempo. Puede que para algunos, David Lean haya saltado del primero al segundo de estos grupos en muy breve plazo. Tras realizar la “La hija de Ryan” (estupenda e incomprendida), Lean fue desahuciado y conceptuado como una reliquia en la Historia del Cine, de glorioso pasado, discutible presente e imposible futuro. Tuvieron que transcurrir 14 años, pero he aquí, sin embargo, que la aparición de “Pasaje a la India”, vuelve a replantear seriamente una cuestión zanjada. Porque el film no supuso sólo el retorno de Lean al cine sino también el reencuentro con lo que él significa, el reencuentro con su estilo que se yergue como un vestigio “histórico” de una manera de hacer y entender el cine pero que, no obstante, tiene aún mucho que enseñar.

Basada en el libro de E. M. Foster “Un viaje a la India”, la película se convertiría en el testamento de Lean, una reflexión sobre la irreconciliable naturaleza de la relación del imperialismo en su intento de congeniar con el tercer mundo. Un convincente retrato de un contexto social, histórico y político muy concreto (la India colonial de principios del siglo XX), una lúcida y sutil confrontación entre Oriente y Occidente, entre la razón y el espíritu, la cerebralidad y el misterio, entre dos formas distintas, en suma, de entender la existencia. Lean narra de forma brillante el viaje de la señora Moore (Peggy Ashcroft) una agradable anciana y su presunta nuera Adela Quested (Judy Davis) una mujer insegura, hacia la India para que ésta pueda prometerse definitivamente a Ronnie (Nigel Havers) hijo de la anciana.

El gusto de David Lean por el paisaje, que contribuye decisivamente a describir el relato. La espléndida fotografía de Ernest Day, segundo operador de anteriores películas del cineasta, recrea esa luz y ambiente mágico del paisaje hindú. Presidido por el misterio y la irracionalidad exótica de una cultura espiritual diferente, que terminará por descubrir la verdadera personalidad de los protagonistas. Los cambios experimentados por las dos mujeres son bien significativos porque repercutirán para siempre en sus vidas. El personaje del doctor hindú Aziz (Victor Banerjee) juega también un papel importante en el film como símbolo del carácter oriental, sin olvidar a Alec Guinness (el brahmán indio) y James Fox (Fielding, amigo del doctor).

El último film de Lean es una obra extraordinaria, jalonado por la auto-exigencia, el ansia de perfección, la atención por el detalle y por cada plano y encuadre, que, no obstante, parece no gozar de las preferencias de los exégetas del director por su condición de película relativamente modesta comparada con otras obras más fastuosas, debido seguramente a la imagen tópica que existe sobre el cineasta por sus grandes superproducciones que todos conocemos. A estas alturas, debería estar claro que en el cine de Lean predominan los aspectos intimistas y psicológicos sobre los meramente espectaculares.
Antonio Morales
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26 de septiembre de 2008
30 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Extraordinaria película de Lean, un prodigio de guión, de puesta en escena, de símbolos, de introspección psicológica perfecta, de interpretaciones magníficas y de una belleza visual insuperable. En un film en el que lo inteligente y lo elegante prima. En el que cada elemento esta cuidadosamente elegido y utilizado para complementar el film, sin elemento superfluos que lastren el conjunto. Y es que la sabiduría que Lean había acumulado con los años ve su lógica aplicación en este film en el que no sobra ni falta nada. El pulso de Lean se muestra firme en la construcción del plano y de la puesta en escena, impecables, así como en un guión escrito por el mismo, basado en la novela de Foster, que sintetiza magistralmente unos personajes que quedan perfectamente definidos y en que no pierde tiempo en innecesarias explicaciones o en desvaríos políticos, sociales o exóticos. Bastan unos apuntes de guión y las imágenes de Lean para mostrar el contraste de culturas o el delicado estado emocional de Adela o el futuro inmediato de la Sra. Moore. Los actores están todos magníficos, haciendo gala del conocido rigor de los actores británicos, en especial un Guinnes inolvidable, y destacando la labor de Victor Banerjee como el entrañable Dr Aziv. La escasa pero brillante banda sonora de Jarre, es toda un lección de perfecta compenetración con las imágenes, de lo que significa complementar el discurso del film mas allá de simplemente adornar las imágenes, matizando, sugiriendo y dando nuevos significados a lo que se ve. Todos los elementos colaboran en que las líneas argumentales avancen con fluidez y se resuelvan con naturalidad, hasta llegar a ese hermosísimo final entre el personaje de Fox y el de Aziv. Pasaje a la India sigue siendo a día de hoy una monumental muestra de la esencia del cine, el hermoso testamento artístico de una manera única de percibir el cine como arte así como la sentida despedida de uno de los mejores, más influyentes y sensibles directores que ha dado el cine. Obligada.
cineoptero
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14 de marzo de 2013
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Pasaje a la India, Lean ofrece un gran fresco de personajes perfectamente delineados, encabezados por Adele, una joven de posición acomodada que viaja a la India con su futura suegra, Mrs. Moore, para visitar a su prometido, un hombre al que pronto Adele verá como la representación de todo lo que detesta, los anquilosados y aburridos hábitos británicos como el polo, el crickett o la hora del té pero, sobre todo, el trato despreciativo hacia los indios y sus costumbres de quien se siente superior y exhibe orgulloso su arrogancia. Esa aversión hacia Mr. Heaslop se agudizará cuando entra en contacto con Aziz y visitan las cavernas de Marabar.

La excursión es el momento cuando Pasaje a la India toma un rumbo diametralmente opuesto, donde Adele se deja llevar seducida por el descubrimiento de un mundo exótico. Una escena anterior refleja a la perfección ese deseo. Adele, paseando sola en bicicleta, se topa con un templo en ruinas y contempla fascinada unas esculturas de iconografía erótica, pero huye horrorizada cuando unos monos comienzan a chillar de manera agresiva. Es entonces cuando acude a los brazos de Heaslop y se compromete con él. Este hecho es lo que cimenta que considere en sus más profundos deseos a Aziz algo más que un bello cicerone, llegando incluso a replantearse su futuro. ¿ Por qué soportar toda una vida junto a un hombre al que desprecias y con el que no hay nada que compartir? ¿Por qué vivir bajo las aburridas y puritanas costumbres británicas? ¿O simplemente, por qué no tener una aventura con Aziz?.

Lean no aclara intencionadamente cuál es el desenlace de esta excursión, dejando ese poso de angustia en el espectador, sin que podamos entender hasta el final por qué Adele no aclara los hechos a pesar del conflicto que desencadena entre indios y británicos, en el que pesan más las cuestiones raciales y el honor de las naciones que los derechos de un hombre que está juzgado de antemano. Pasaje a la India es por tanto un caleidoscopio de las pasiones humanas, las contradicciones y la lucha vital entre el deseo y el miedo, enriquecida por el contexto colonial que propicia que la historia personal desate el choque cultural, y que gira en torno al personaje de Judy Davis pero que también se sustenta con la brillante compañía de James Fox y Alec Guinness, con más trasfondo del que en principio se percibe en superficie.
Malemute Kid
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